La Ópera de Pekín: un legado vivo del alma cultural de china
- Fabián Pizarro Arcos
- hace 4 minutos
- 4 Min. de lectura
Reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO desde 2010, sigue viva en teatros, escuelas especializadas y festivales de todo el país.
Por Fabián Pizarro Arcos

La Ópera de Pekín —o Jingju, como se le conoce en China— es uno de los símbolos culturales más representativos del gigante asiático. Con más de dos siglos de historia formalizada y raíces que se hunden profundamente en la tradición teatral milenaria china, este arte escénico combina música, canto, danza, acrobacias, maquillaje simbólico y narrativas históricas para dar forma a un espectáculo que, más que una presentación, es un viaje por la identidad cultural del país. Reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO desde 2010, la Ópera de Pekín sigue viva en teatros, escuelas especializadas y festivales de todo el país.
Un origen que mezcla imperio, tradición y reforma cultural
Aunque su consolidación ocurrió a fines del siglo XVIII durante el reinado del emperador Qianlong, sus raíces se encuentran en diferentes estilos de teatro regional que ya existían en China. Durante el cumpleaños número 80 del emperador, en 1790, cuatro grandes compañías teatrales de la provincia de Anhui viajaron a Pekín para presentarse en palacio. Su éxito fue tal que terminaron quedándose de forma permanente. Con el paso de las décadas, estas compañías se mezclaron con estilos locales de la capital y con la Ópera de Hubei, dando origen a lo que hoy se reconoce como Ópera de Pekín.

El siglo XIX fue su edad dorada: las representaciones se volvieron populares entre las élites y más tarde entre la población común, al punto de que surgieron teatros especializados en cada barrio de la ciudad. Durante la República de China y posteriormente en la República Popular, este arte enfrentó etapas de prohibición, reforma y recuperación, especialmente tras los efectos de la Revolución Cultural. Hoy, instituciones como el Teatro Chang’an y la Academia Nacional de Arte Dramático de China han impulsado su revitalización, atrayendo nuevas generaciones de artistas y públicos.
Una estética cargada de simbolismo
La Ópera de Pekín no busca la reproducción realista del mundo; por el contrario, su fuerza radica en la estilización. Cada gesto, color, movimiento y sonido transmite significados específicos que el espectador entrenado reconoce de inmediato.
El maquillaje, conocido como Lianpu, es uno de sus rasgos más icónicos. Los colores representan rasgos de personalidad: el rojo significa lealtad y valentía; el blanco, astucia o traición; el negro, integridad; el azul, determinación; el dorado y el plateado suelen asociarse a seres divinos o criaturas sobrenaturales. Este código visual permite identificar al personaje incluso antes de que pronuncie palabra.
La vestimenta, exuberante y llena de brocados, responde a la misma lógica simbólica. Las capas bordadas, coronas, botas y mangas largas —que los actores mueven para acentuar emociones o enfatizar gestos— son parte integral del lenguaje escénico. Cada traje puede indicar estatus social, época histórica o rol militar.
Voz, música y movimiento: una técnica rigurosa
El arte de interpretar Jingju requiere dominio de cuatro habilidades fundamentales: chang (canto), nian (recitación), zuo (actuación y gestualidad) y da (acrobacia y combate escénico). Los artistas se especializan desde muy jóvenes en escuelas que exigen disciplina física y vocal casi militar.
La música es otro de sus pilares. Se compone de instrumentos tradicionales, entre ellos el jinghu —un violín de dos cuerdas que lidera la melodía—, el yueqin, el suona, además de tambores y címbalos que marcan los ritmos dramáticos. El sonido percusivo es especialmente importante en las escenas de combate, donde cada golpe y salto es acompañado por un patrón rítmico preciso.
Las voces también siguen técnicas específicas. Los artistas hombres que interpretan personajes femeninos, los famosos dan, emplean un timbre agudo y controlado. En cambio, los roles masculinos como el sheng o el jing poseen registros más amplios y potentes. La declamación sigue un tono estilizado, casi musical, que rinde homenaje al antiguo teatro cortesano.
Actos y obras: historias que educan y entretienen
Las obras tradicionales de la Ópera de Pekín suelen basarse en hechos históricos, leyendas o novelas clásicas. Entre las más célebres están “El Rey Mono”, “La Leyenda de la Serpiente Blanca”, “El Desfile de los Generales” y episodios de “Romance de los Tres Reinos”. Los actos se organizan en escenas breves, cargadas de significación y a menudo independientes, permitiendo presentar pasajes concretos de una narración más amplia.

Cada obra transmite valores tradicionales como la lealtad, la piedad filial, la valentía o la justicia. En ese sentido, la Ópera de Pekín ha funcionado históricamente como una herramienta de educación moral y como un vehículo de memoria cultural.
Un símbolo vivo de la identidad china
Para China, la Ópera de Pekín no es solo un espectáculo: es un espejo de su filosofía, su ética y su historia. Pese a competir con el cine, la televisión y el entretenimiento digital, sigue siendo defendida por el Estado, conservada por maestros veteranos y reinterpretada por jóvenes artistas que buscan atraer nuevos públicos. Las giras internacionales y los programas educativos han permitido que esta forma artística trascienda fronteras y se proyecte como uno de los legados más refinados de la cultura china.
En un país donde tradición y modernidad coexisten en constante tensión, la Ópera de Pekín se mantiene como un recordatorio de la profundidad histórica que sustenta a la China contemporánea. Es, en esencia, un arte que no solo representa historias: representa la continuidad viva de un pueblo y de una civilización milenaria.









Comentarios